Las Raíces Del Pecado En Mí
Proyecto De Vida – Unidad III: 3.2 Las Raíces Del Pecado En Mí

La reflexión que ahora se te propone no es para suscitar sentimientos de culpa ni de desánimo; menos aún de escepticismo (esa sensación de que eres como eres y nada va a cambiar en ti); se trata más bien de ir adquiriendo una mayor lucidez y madurez espiritual frente a una realidad que está ahí y que no nos puede dejar indiferentes.
Es importante que llegues a tener una noción clara de lo que es el pecado; esto te ayudará a liberarte de concepciones falsas que pueden influir en tu conducta moral, y a comprender mejor lo que es la conversión cristiana como camino hacia la verdad y la libertad.
Inicia tu reflexión con una oración de petición y de confianza, fomentando el deseo de vivir en la verdad, sabiendo que sólo ella nos hace libres.
Puntos de reflexión
- ¿Qué cosas te hacen sentir mal a menudo, en cuanto a sentimientos de culpabilidad moral? Trata de señalar hechos concretos.
- ¿Cuáles son tus mayores omisiones? Piensa sobre todo en la manera como vives tus relaciones con Dios, contigo mismo y con los demás.
- ¿Cuáles actitudes se encuentran detrás de esos hechos y omisiones?
Es importante que te detengas en este punto que hará ir más a la raíz del pecado. Cuando Jesús denuncia el pecado, no se queda en los hechos y omisiones, desenmascara lo que está detrás, lo que se fragua en el corazón y se traduce en acciones.
Los siguientes textos te pueden ayudar a encontrar las raíces del pecado que hay en cada hombre y que cada uno experimentamos según nuestra condición:
Lucas 11, 37-52 – Jesús acusa a fariseos y a intérpretes de la ley
Luego que hubo hablado, le rogó un fariseo que comiese con él; y entrando Jesús en la casa, se sentó a la mesa. El fariseo, cuando lo vio, se extrañó de que no se hubiese lavado antes de comer. Pero el Señor le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad. Necios, ¿el que hizo lo de fuera, no hizo también lo de adentro? Pero dad limosna de lo que tenéis, y entonces todo os será limpio.
Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era necesario hacer, sin dejar aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben.
Respondiendo uno de los intérpretes de la ley, le dijo: Maestro, cuando dices esto, también nos afrentas a nosotros. Y él dijo: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis. ¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los profetas a quienes mataron vuestros padres! De modo que sois testigos y consentidores de los hechos de vuestros padres; porque a la verdad ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso la sabiduría de Dios también dijo: Les enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros perseguirán, para que se demande de esta generación la sangre de todos los profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el templo; sí, os digo que será demandada de esta generación. ¡Ay de vosotros, intérpretes de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los que entraban se lo impedisteis.
Lucas 18, 9-14 – Parábola del fariseo y el publicano
A unos que confiaban en sí mismos como justos y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo a orar: uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano.” Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador.” Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro, porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.»
Marcos 7, 20-23
Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.
Con alguna frecuencia se tiende a confundir el pecado con sentimientos de culpabilidad que provienen de circunstancias no siempre pecaminosas, y que en todo caso están lejos de la concepción cristiana del pecado. Tales son, por ejemplo, las concepciones que llevan a mirar el pecado:
- Como transgresión de la ley
- Como acusación que te constituye en reo culpable
- Como frustración de un perfeccionismo centrado en ti mismo.
Después de esta reflexión
- ¿Descubres que tienes que corregir en alguna forma tu noción de pecado?
- ¿Qué luz te ha aportado en relación con la manera como tienes que luchar contra el pecado que hay en ti?
- ¿Qué sentimientos afloran en ti al experimentar tu propio pecado?
Repite lentamente, cada una de las palabras del Padre Nuestro.
ORA…
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